martes, 24 de enero de 2012


Las palmeras salvajes (William Faulkner)


Dice mi solapa de Las palmeras salvajes que William Faulkner "ha retratado como nadie a la clase alta estadounidense en el periodo de entreguerras".

Si pensamos bien esta frase, creo que habría que aplicársela más bien a un buen fotógrafo profesional, a un redactor de artículos de serie b en la columna de un periódico de la época o en un grabador con piedra y cincel. Pero no en un "clásico del siglo XX" (bajotítulo de la colección). Siempre he pensado que la verdadera literatura, el "arte literario" o los "clásicos" son aquellos que sobreviven al paso del tiempo y trascienden el tema del que parten. Decir lo ut supra mencionado de William Faulkner es casi como decir de Goya que "retrató como nadie a la familia de Carlos IV durante su reinado". Los que conozcan a fondo la obra de Goya sabrán el sentido del "como nadie", pero no arroja luz ninguna en la oscura estepa mental del ignorante…

Las palmeras salvajes no es, para mi gusto, un retrato de la clase alta estadounidense en el periodo de entreguerras, por más que la novela esté ambientada en dicho periodo y por más que sus protagonistas pertenezcan a ese oscuro segmento poblacional que es la clase alta estadounidense. Si así hubiese sido, no me habría encandilado desde el principio hasta el final a lo largo de 526 páginas. Cambien el título por: "Estudios inéditos acerca del comportamiento de la clase social alta estadounidense en el periodo 1914-1939". La verdad es que no creo que fuese muy interesante.

Las palmeras salvajes es un pausado retrato del género humano, no te importe la raza ni el color de la piel. Las inquietudes, sinvivires y sin amares de los personajes son los de los seres humanos, no los de la clase alta norteamericana. Dick Diver es un hombre que, en su empalabrado camino de 526 páginas pasa de ser un joven prometedor con el futuro que desee a sus pies, a un hombre entrado en años, que no ha conseguido completar ninguno de los proyectos con que soñaba de joven y que se ve, cuando echa la vista atrás con ojos de diacrónica melancolía, como la versión errada y defectuosa de lo que fue antes. El lector asiste con él, lenta e casi imperceptiblemente a este cambio. El declive de Dick Diver se va insinuando en sus acciones, en su lenta escisión con el mundo que le rodea -y en el que tan bien se desenvolvía al principio-, en su incapacidad para acometer hazañas y enderezar entuertos al final de su vida y en el conocimiento que traba con palabras como "renunciar", "ceder", "resistir" y "soportar".

Nicole, su mujer, es una joven estupenda y maravillosa pero que estuvo ingresada en un hospital psiquiátrico durante su juventud, debido a las secuelas que en ella habían dejado los abusos sexuales de su padre. Nicole tiene dos caras: la enferma y la recuperada, que se entretejen en torno a su marido, Dick, formando una red tensa y resistente de la que él no es capaz de (querer) escapar. Nicole tiene comportamientos de pasiva-agresiva al más puro estilo Mia Farrow, pero también tiene arrebatos adolescentes, dudas más femeninas que una tienda de ropa interior, ansias de ser siempre hermosa, preocupaciones acerca de lo que los demás piensen de ella… El retrato de esta pareja es tan humano que llega a hacerse doloroso a través de las palabras.

Además, tenemos a Rosemary, la lánguida, ingenua e impávida actriz; al alcohólico señor North, a Mary la trepadora; al escritorzuelo de masas McKisco y a algún impasible americano más que pasa sin hacer ruido por el relato. Todos estos personajes, descritos y concretados hasta el más íntimo detalle, son en realidad, vehículos que Scott Fitzgerald utiliza para lanzar a la cara del lector reflexiones sobre el ser humano, descripciones preciosas y perfectas de algunos sentimientos, argumentaciones más que lógicas sobre las causas de posibles comportamientos… en definitiva, utiliza a todos estos personajes para “retratar como nadie al género humano de cualquier época”. Leída hoy, parece casi una defensa de la inmutabilidad del ser humano. Miren si no, la riqueza de las descripciones de lo que ocurre en el interior de cada ser (y qué plausibles son):


”El príncipe Chillicheff salió de su ensimismamiento –tal vez estaba estudiando una vez más las posibilidades que tenía de salir de Rusia algún día, pensamiento al que había dedicado tanto tiempo que era dudoso que pudiera abandonar de inmediato – y se dispuso a marcharse con ellos.

La trama carece totalmente de importancia, pero es el columpio que utiliza William Faulkner para mecernos en el vaivén de las decisiones que una persona cualquiera debe tomar a lo largo de su vida. Quizás soy demasiado reiterativa si digo que la novela es una linterna, una antorcha para andar entre la gente. Discutía hace poco con mi dios de las pequeñas cosas sobre si en una novela importaba más el qué se dice o el cómo se dice. Las palmeras salvajes es el ejemplo perfecto de la fusión de ambas both cosas: el cómo se dice es totalmente relevante porque ilumina los rincones de la historia sacando de ella aspectos desconocidos, convirtiendo a los hechos en únicos por la forma en que están contados. Con Dick Diver pasa como con Raskolnikov: somos todos pero no es nadie. Y es que William Faulkner utiliza comparaciones y descripciones tan explicativas, tan lúcidas y tan gráficas para describir lo que le pasa a sus personajes que, al leerlas, uno piensa que es algo que ya ha sentido en sus propias carnes o que podría llegar a sentir (o lo siente en el instante en que lo lee):


” Siempre estaba perfectamente relajado, preparado para el combate, como ocurre con los buenos deportistas que, cuando están de suplentes, están realmente descansando la mayor parte del tiempo, mientras que alguien menos preparado hace creer que está descansando pero la constante tensión nerviosa le deja físicamente agotado.”

Y bien, se preguntará el lector de reseñas, ¿cómo utiliza don William Faulkner el lenguaje para conseguir todo eso? Aunque gusta de la frase larga,William Faulkner consigue un ritmo muy fluido gracias a la precisa construcción de las acciones: cada frase tiene sentido completo (por supuesto), pero deja abierto un interrogante que se contestará en la frase o trozo de frase siguiente.


“No es desacertado que se diga de los esquizofrénicos que tienen doble personalidad.” (y aquí el lector se pregunta por qué no es desacertado) “Nicole era alternativamente una persona a la que no hacía falta explicar nada y otra a la que nade se le podía explicar”

O bien esta otra escena:


” En cuanto salió Abe con su paso vacilante, Dick y Rosemary se abrazaron precipitadamente. Les cubría a ambos una especie de polvillo de París a través del cual percibían sus respectivos olores (…) Durante medio minuto más, Dick se aferró a aquel estado. Rosemary fue la primera en volver a la realidad. “

Como podemos ver el “en cuanto” nos remite a algo que sucederá después, así como el “durante medio minuto más” nos da la idea de que sea lo que sea lo que describe la frase que se inicia así, enseguida se verá abortado por otra cosa; es decir, nos hace albergar dos expectativas distintas. Finalmente, “fue la primera en volver a la realidad”, nos abre el interrogante de cómo volvió a la realidad, no nos deja todos los nudos atados.
Pero además,William Faulkner tiene algunas frases que parecen casi juegos de palabras conceptistas pero que en realidad, son abrasadoramente descriptivas: “tenía la arrogancia propia de los hombres altos de un país de bajos” y “no soy más que un conjunto de muchas personas diferentes, todas ellas muy sencillas” son dos de mis preferidas.

Es cierto que todos los personajes principales de la novela pertenecen a la clase alta norteamericana, es cierto que William Faulkner fue un conocidísimo juerguista en París; pero lo que no es cierto es que sus novelas sean un retrato de la clase alta estadounidense en el periodo de entreguerras:William Faulkner retrata al género humano de una forma certera y tan sagaz, que a veces nos duele vernos reconocidos. Es un pulidor de espejos descarnadamente reales. Por eso es un clásico del siglo XX.

domingo, 22 de enero de 2012

Desgracia, de J.M. Coetzee

Libro difícil de reseñar para mí. No puedo decir que no sea interesante, pues cuando me ponía a leerlo, no me apetecía dejarlo, pero cuando lo había dejado, no me apetecía volver a retomar su lectura. La verdad es que lo he terminado por pura disciplina.
No es que no me haya gustado, pero tampoco ha sido algo apasionante.
Narra en primera persona las vicisitudes de un joven, norteamericano por más señas y te sitúa en la época nada más empezar el libro:
Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven entonces…
Toda su vida es un cúmulo de desgracias y de mala suerte de la que va saliendo por pura casualidad. Creo que abusa un poco de ella. Casi todo el libro se desarrolla en la ciudad de Nueva York, excepto cuando inicia una narración del pasado, cosa que ocurre dos o tres veces. La impresión que recibo de esta ciudad a través de sus vivencias en ella es de un espacio algo caótico. Supongo que es algo común a todas las grandes ciudades del mundo y como cualquier habitante de esas ciudades, no obstante, habla de ella con cariño.
Comienza contando su infancia sin padre, su madre muere cuando él es pequeño y empieza a vivir con su tío. Un hombre entrañable y divertido pero algo irregular. Es un músico de una pequeña orquesta que trabaja en pequeños locales sin demasiada importancia, lo que le obliga a viajar bastante. Cuando nuestro protagonista (Marco Stanley Fogg) se va a estudiar a la universidad pierde casi todo el contacto con él. La descalabrada vida de su tío y su repentina muerte, sume al sobrino en una espiral de autodestrucción, que le lleva a la indigencia.
De esta vida, le sacan dos amigos (Zimmer y Kitty), que se esfuerzan en buscarle y casualmente lo encuentran cuando está a punto de morir de pulmonía en el Central Park.
Después de recuperarse en casa de su amigo y establecer una relación amorosa con su amiga, decide (por puro bochorno, tras vivir a costa de su amigo, que no tiene una economía muy floreciente) buscar trabajo.
Encuentra una ocupación como secretario personal (o chico para todo) de un rico anciano excéntrico, que entre otras cosas le hace escribir sus memorias. Esta parte del libro fue para mí la más entretenida: Las aventuras y desventuras del viejo Julián Barber o Thomas Effing como se hacía llamar.
A partir de la muerte de Effing y la vuelta a la vida “normal” de MS Foog, el libro vuelve a bajar la intensidad de la acción.
Y el final, para mí fue quizá lo que menos me gustó. No me dijo nada. No acaba ni continúa la acción. Simplemente se para.
La historia que se cuenta en el libro no me parece demasiado interesante y el recurso “casualidad” está usado en demasía. Sin embargo él mismo lo critica cuando tiene que valorar una narración que escribió otro de los personajes en su juventud.
No sé si este libro lo recomendaría o no. Creo que voy a intentar leer otro libro de este mismo autor que uno de nuestros visitantes al blog me ha recomendado. Bueno primero tengo que empezar por comprarlo.

sábado, 21 de enero de 2012

“Moon palace” de Paul Auster (Flammarion)

Apenas lleva un mes en las librerías españolas y El palacio de la luna, el libro con el que Paul Auster, «enfant terrible» de las letras yanquis, ha perdido parte de su rebeldía al recibir el prestigioso Premio Loewe, ya ocupa los primeros lugares en la lista de los libros más vendidos.
Un espacio logrado no solo por las buenas críticas en general que está teniendo la novela, publicada por Anagrama, sino por «el boca a oreja», que funciona de maravilla para adentrarse en la quinta y última obra del autor de «El libro de las ilusiones».
En El palacio de la luna Auster utiliza menos que en sus anteriores trabajos lo políticamente incorrecto, pero introduce en la novela un elemento muy elogiado, que es la creación de un personaje llamado BBB.
Un escritor francés misántropo, aislado del mundo, raro, que forma parte de una trama con tintes de novela negra y que le da al protagonista, Jed Martín, un artista, el contrapunto y el álter ego -él también es un ser humano poco dado a los humanos- para atizar contra el arte contemporáneo y los temas de la sociedad de consumo y el capitalismo en general.

viernes, 20 de enero de 2012


En Quanta pensamos que este podría ser un modelo de literatura actual a defender. Es un cuento del español José Sánchez, de prosa sugerente y maravillosa.



ALBORES



TEDIATO.- ¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué horrorosa! Ya truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y parece producir otro más cruel. El sueño, dulce intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los ancianos venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea mortal en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo fue el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.

Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde! ¿Le espantará este aparato que Naturaleza le ofrece? No ve lo interior de mi corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del premio le traerá? Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo pecho que se te ha resistido.

Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria! ¡Cruel memoria! Más tempestades formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la hora en que yo solía pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán diferentes! Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.

¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y triste que descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y en este lance, y por tal premio, saldría de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los pies descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y le enseño mi luz. Ya llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!

LORENZO.- Yo soy. Cumplí mi palabra. Cumple ahora tú la tuya: ¿el dinero que me prometiste?

TEDIATO.- Aquí está. ¿Tendrás valor para proseguir la empresa, como me lo has ofrecido?

LORENZO.- Sí; porque tú también pagas el trabajo.

TEDIATO.- ¡Interés, único móvil del corazón humano! Aquí tienes el dinero que te prometí. Todo se hace fácil cuando el premio es seguro; pero el premio es justo una vez ofrecido.

LORENZO.- ¡Cuán pobre seré cuando me atreví a prometerte lo que voy a cumplir! ¡Cuánta miseria me oprime! Piénsala tú, y yo... harto haré en llorarla. Vamos.

TEDIATO.- ¿Traes la llave del templo?

LORENZO.- Sí; ésta es.

TEDIATO.- La noche es tan oscura y espantosa.

LORENZO.- Y tanto, que tiemblo y no veo.

TEDIATO.- Pues dame la mano y sigue; te guiaré y te esforzaré.

LORENZO.- En treinta y cinco años que soy sepulturero, sin dejar un solo día de enterrar alguno o algunos cadáveres, nunca he trabajado en mi oficio hasta ahora con horror.

TEDIATO.- Es que en ella me vas a ser útil; por eso te quita el cielo la fuerza del cuerpo y del ánimo. Ésta es la puerta.

LORENZO.- ¡Que tiemble yo!

TEDIATO.- Anímate... Imítame.

LORENZO.- ¿Qué interés tan grande te mueve a tanto atrevimiento? Paréceme cosa difícil de entender.

TEDIATO.- Suéltame el brazo. Como me lo tienes asido con tanta fuerza, no me dejas abrir con esta llave... Ella parece también resistirse a mi deseo... Ya abre, entremos.

LORENZO.- Sí..., entremos... ¿He de cerrar por dentro?

TEDIATO.- No; es tiempo perdido y nos pudieran oír. Entorna solamente la puerta porque la luz no se vea desde afuera si acaso pasa alguno..., tan infeliz como yo, pues de otro modo no puede ser.

LORENZO.- He enterrado por mis manos tiernos niños, delicias de sus mayores; mozos robustos, descanso de sus padres ancianos; doncellas hermosas, y envidiadas de las que quedaban vivas; hombres en lo fuerte de su edad, y colocados en altos empleos; viejos venerables, apoyos del Estado... Nunca temblé. Puse sus cadáveres entre otros muchos ya corruptos, rasgué sus vestiduras en busca de alguna alhaja de valor; apisoné con fuerza y sin asco sus fríos miembros, rompiles las cabezas y huesos; cubrilos de polvo, ceniza, gusanos y podre, sin que mi corazón palpitase..., y ahora, al pisar estos umbrales, me caigo..., al ver el reflejo de esa lámpara me deslumbro..., al tocar esos mármoles me hielo..., me avergüenzo de mi flaqueza. No la refieras a mis compañeros. ¡Si lo supieran, harían mofa de mi cobardía!

TEDIATO.- Más harían de mí los míos, al ver mi arrojo. ¡Insensatos, qué poco saben!... ¡Ah! Me serían tan odiosas por su dureza como yo sería necio en su concepto por mi pasión.

LORENZO.- Tu valor me alienta. Mas ¡ay, nuevo espanto! ¿Qué es aquello? Presencia humana tiene... Crece conforme nos acercamos... Otro fantasma más le sigue... ¿Qué será? Volvamos mientras podemos; no desperdiciemos las pocas fuerzas que aún nos quedan... Si aún conservamos algún valor, válganos para huir.

TEDIATO.- ¡Necio! Lo que te espanta es tu misma sombra con la mía, que nacen de la postura de nuestros cuerpos respecto de aquella lámpara. Si el otro mundo abortase esos prodigiosos entes, a quienes nadie ha visto, y de quienes todos hablan, sería el bien o el mal que nos traerían siempre inevitables. Nunca los he hallado; los he buscado.

LORENZO.- ¡Si los vieras!

TEDIATO.- Aún no creería a mis ojos. Juzgara tales fantasmas monstruos producidos por una fantasía llena de tristeza. ¡Fantasía humana, fecunda sólo en quimeras, ilusiones y objetos de terror! La mía me los ofrece tremendos en estas circunstancias... Casi bastan a apartarme de mi empresa.

LORENZO.- Eso dices porque no los has visto; si los vieras, temblaras aún más que yo.

TEDIATO.- Tal vez en aquel instante, pero en el de la reflexión me aquietara. Si no tuviese miedo de malgastar estas pocas horas, las más preciosas de mi vida, y tal vez las últimas de ella, te contara con gusto cosas capaces de sosegarte...; pero dan las dos... ¡Qué sonido tan triste el de esa campana! El tiempo urge. Vamos, Lorenzo.

LORENZO.- ¿Adónde?

TEDIATO.- A aquella sepultura; sí, a abrirla.

LORENZO.- ¿A cuál?

TEDIATO.- A aquélla.

LORENZO.- ¿A cuál? ¿A aquella humilde y baja? Pensé que querías abrir aquel monumento alto y ostentoso, donde enterré pocos días ha al duque de Faustotimbrado, que había sido muy hombre de palacio y, según sus criados me dijeron, había tenido en vida el manejo de cosas grandes. Figuróseme que la curiosidad o interés te llevaba a ver si encontrabas algunos papeles ocultos, que tal vez se enterrasen con su cuerpo. He oído, no sé dónde, que ni aun los muertos están libres de las sospechas y aun envidias de los cortesanos.

TEDIATO.- Tan despreciables son para mí muertos como vivos, en el sepulcro como en el mundo, podridos como triunfantes, llenos de gusanos como rodeados de aduladores... No me distraigas... Vamos, te digo otra vez, a nuestra empresa.

LORENZO.- No; pues al túmulo inmediato a ése, y donde yace el famoso indiano, tampoco tienes que ir; porque aunque en su muerte no se le halló la menor parte de caudal que se le suponía, me consta que no enterró nada consigo, porque registré su cadáver: no se halló siquiera un doblón en su mortaja.

TEDIATO.- Tampoco vendría yo de mi casa a su tumba por todo el oro que él trajo de la infeliz América a la tirana Europa.

LORENZO.- Sí será, pero no extrañaría yo que vinieses en busca de su dinero. Es tan útil en el mundo...

TEDIATO.- Poca cantidad, sí, es útil, pues nos alimenta, nos viste y nos da las pocas cosas necesarias a la breve y mísera vida del hombre; pero mucha es dañosa.

LORENZO.- ¡Hola! ¿Y por qué?

TEDIATO.- Porque fomenta las pasiones, engendra nuevos vicios y a fuerza de multiplicar delitos invierte todo el orden de la Naturaleza; y lo bueno se sustrae de su dominio sin el fin dichoso... Con él no pudieron arrancarme mi dicha. ¡Ay! Vamos.

LORENZO.- Sí, pero antes de llegar allá hemos de tropezar en aquella otra sepultura, y se me eriza el pelo cuando paso junto a ella.

TEDIATO.- ¿Por qué te espanta esa más que cualquiera de las otras?

LORENZO.- Porque murió de repente el sujeto que en ella se enterró. Estas muertes repentinas me asombran.

TEDIATO.- Debiera asombrarte el poco número de ellas. Un cuerpo tan débil como el nuestro, agitado por tantos humores, compuesto de tantas partes invisibles, sujeto a tan frecuentes movimientos, lleno de tantas inmundicias, dañado por nuestros desórdenes y, lo que es más, movido por una alma ambiciosa, envidiosa, vengativa, iracunda, cobarde y esclava de tantos tiranos..., ¿qué puede durar? ¿Cómo puede durar? No sé cómo vivimos. No suena campana que no me parezca tocar a muerto. A ser yo ciego, creería que el color negro era el único de que se visten... ¿Cuántas veces muere un hombre de un aire que no ha movido la trémula llama de una lámpara? ¿Cuántas de una agua que no ha mojado la superficie de la tierra? ¿Cuántas de un sol que no ha entibiado una fuente? ¡Entre cuántos peligros camina el hombre el corto trecho que hay de la cuna al sepulcro! Cada vez que siento el pie, me parece hundirse el suelo, preparándome una sepultura... Conozco dos o tres hierbas saludables; las venenosas no tienen número. Sí, sí..., el perro me acompaña, el caballo me obedece, el jumento lleva la carga..., ¿y qué? El león, el tigre, el leopardo, el oso, el lobo e innumerables otras fieras nos prueban nuestra flaqueza deplorable.

LORENZO.- Ya estamos donde deseas.

TEDIATO.- Mejor que tu boca, me lo dice mi corazón. Ya piso la losa, que he regado tantas veces con mi llanto y besado tantas veces con mis labios. Ésta es. ¡Ay, Lorenzo! Hasta que me ofreciste lo que ahora me cumples, ¡cuántas tardes he pasado junto a esta piedra, tan inmóvil como si parte de ella fuesen mis entrañas! Más que sujeto sensible, parecía yo estatua, emblema del dolor. Entre otros días, uno se me pasó sobre ese banco. Los que cuidan de este templo, varias veces me habían sacado del letargo, avisándome ser la hora en que se cerraban las puertas. Aquel día olvidaron su obligación y mi delirio: fuéronse y me dejaron. Quedé en aquellas sombras, rodeado de sepulcros, tocando imágenes de muerte, envuelto en tinieblas, y sin respirar apenas, sino los cortos ratos que la congoja me permitía, cubierta mi fantasía, cual si fuera con un negro manto de densísima tristeza. En uno de estos amargos intervalos, yo vi, no lo dudes, yo vi salir de un hoyo inmediato a ése un ente que se movía, resplandecían sus ojos con el reflejo de esa lámpara, que ya iba a extinguirse. Su color era blanco, aunque algo ceniciento. Sus pasos eran pocos, pausados y dirigidos a mí... Dudé... Me llamé cobarde... Me levanté..., y fui a encontrarle... El bulto proseguía, y al ir a tocarle yo, y él a mí..., óyeme...

LORENZO.- ¿Qué hubo, pues?

TEDIATO.- Óyeme... Al ir a tocarle yo y él horroroso vuelto a mí, en aquel lance de tanta confusión... apagose del todo la luz.

LORENZO.- ¿Qué dices? ¿Y aún vives?

TEDIATO.- Sí; y con grande atención.

LORENZO.- En aquel apuro, ¿qué hiciste? ¿Qué pudiste hacer?

TEDIATO.- Me mantuve en pie, sin querer perder el terreno que había ganado a costa de tanto arrojo y valentía. Era invierno. Las doce serían cuando se esparció la oscuridad por el templo; oí la una..., las dos..., las tres..., las cuatro... Siempre haciendo el oído el mismo oficio de la vista.

LORENZO.- ¿Qué oíste? Acaba, que me estremezco.

TEDIATO.- Una especie de resuello no muy libre. Procurando tentar, conocí que el cuerpo del bulto huía de mi tacto. Mis dedos parecían mojados en sudor frío y asqueroso; y no hay especie de monstruo, por horrendo, extravagante e inexplicable que sea, que no se me presentase. Pero ¿qué es la razón humana si no sirve para vencer a todos los objetos y aun a sus mismas flaquezas? Vencí todos estos espantos. Pero la primera impresión que hicieron, el llanto derramado antes de la aparición, la falta de alimento, la frialdad de la noche y el dolor que tantos días antes rasgaba mi corazón, me pusieron en tal estado de debilidad, que caí desmayado en el mismo hoyo de donde había salido el objeto terrible. Allí me hallé por la mañana en brazos de muchos concurrentes piadosos que habían acudido a dar al Criador las alabanzas y cantar los himnos acostumbrados. Lleváronme a mi casa, de donde volví en breve al mismo puesto. Aquella misma tarde hice conocimiento contigo y me prometiste lo que ahora va a finalizar.

LORENZO.- Pues esa misma tarde eché menos en casa (poco te importará lo que voy a decirte, pero para mí es el asunto de más importancia), eché menos un mastín que suele acompañarme, y no pareció hasta el día siguiente. ¡Si vieras qué ley me tiene! Suele entrarse conmigo en el templo, y mientras hago la sepultura, ni se aparta un instante de mí. Mil veces, tardando en venir los entierros, le he solido dejar echado sobre mi capa, guardando la pala, el azadón y demás trastos de mi oficio.

TEDIATO.- No prosigas, me basta lo dicho. Aquella tarde no se hizo el entierro. Te fuiste, el perro se durmió dentro del hoyo mismo. Entrada ya la noche se despertó, nos encontramos solos él y yo en la iglesia (mira qué causa tan trivial para un miedo tan fundado al parecer), no pudo salir entonces, y lo ejecutaría al abrir las puertas y salir el sol, lo que yo no pude ver por causa de mi desmayo.

LORENZO.- Ya he empezado a alzar la losa de la tumba. Pesa infinito. ¡Si verás en ella a tu padre! Mucho cariño le tienes cuando por verle pasas una noche tan dura... Pero ¡el amor de hijo! Mucho merece un padre.

TEDIATO.- ¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían por obligación, nos educan para que los sirvamos, nos casan para perpetuar sus nombres, nos corrigen por caprichos, nos desheredan por injusticia, nos abandonan por vicios suyos.

LORENZO.- Será tu madre... Mucho debemos a una madre.

TEDIATO.- Aún menos que al padre. Nos engendran también por su gusto, tal vez por su incontinencia. Nos niegan el alimento de la leche, que Naturaleza las dio para este único y sagrado fin, nos vician con su mal ejemplo, nos sacrifican a sus intereses, nos hurtan las caricias que nos deben y las depositan en un perro o en un pájaro.

LORENZO.- ¿Algún hermano tuyo te fue tan unido que vienes a visitar los huesos?

TEDIATO.- ¿Qué hermano conocerá la fuerza de esta voz? Un año más de edad, algunas letras de diferencia en el nombre, igual esperanza de gozar un bien de dudoso derecho y otras cosas semejantes imprimen tal odio en los hermanos que parecen fieras de distintas especies y no frutos de un vientre mismo.

LORENZO.- Ya caigo en lo que puede ser: aquí yace sin duda algún hijo que se te moriría en lo más tierno de su edad.

TEDIATO.- ¡Hijos! ¡Sucesión! Éste que antes era tesoro con que Naturaleza regalaba a sus favorecidos, es hoy un azote con que no debiera castigar sino a los malvados. ¿Qué es un hijo? Sus primeros años..., un retrato horrendo de la miseria humana. Enfermedad, flaqueza, estupidez, molestia y asco... Los siguientes años..., un dechado de los vicios de los brutos, poseídos en más alto grado..., lujuria, gula, inobediencia... Más adelante, un pozo de horrores infernales..., ambición, soberbia, envidia, codicia, venganza, traición y malignidad; pasando de ahí... Ya no se mira el hombre como hermano de los otros, sino como a un ente supernumerario en el mundo. Créeme, Lorenzo, créeme. Tú sabrás cómo son los muertos, pues son el objeto de tu trato...; yo sé lo que son los vivos... Entre ellos me hallo con demasiada frecuencia... Éstos son..., no..., no hay otros; todos a cual peor... Yo sería peor que todos ellos si me hubiera dejado arrastrar de sus ejemplos.

LORENZO.- ¡Qué cuadro el que pintas!

TEDIATO.- La Naturaleza es el original; no adulo, pero tampoco la agravio. No te canses, Lorenzo. Nada significan esas voces que oyes de padre, madre, hermano, hijo y otras tales; y si significan el carácter que vemos en los que así se llaman, no quiero ser ni tener hijo, hermano, padre, madre, ni me quiero a mí mismo, pues algo he de ser de todo esto.

LORENZO.- No me queda que preguntarte más que una cosa; y es, a saber, si buscas el cadáver de algún amigo.

TEDIATO.- ¿Amigo? ¿Eh? ¿Amigo? ¡Qué necio eres!

LORENZO.- ¿Por qué?

TEDIATO.- Sí; necio eres, y mereces compasión, si crees que esa voz tenga el menor sentido. ¡Amigos! ¡Amistad! Esa virtud sola haría feliz a todo el género humano. Desdichados son los hombres desde el día que la desterraron o que ella los abandonó. Su falta es el origen de todas las turbulencias de la sociedad. Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres, la apariencia de la amistad es lo que en las mujeres el afeite y composturas. Belleza fingida y engañosa... Nieve que cubre un muladar... Darse las manos y rasgarse los corazones; ésta es la amistad que reina. No te canses; no busco el cadáver de persona alguna de los que puedes juzgar. Ya no es cadáver.

LORENZO.- Pues si no es cadáver, ¿qué buscas? Acaso tu intento sería hurtar las alhajas del templo, que se guardan en algún soterráneo, cuya puerta te se figura ser la losa que empiezo a levantar.

TEDIATO.- Tu inocencia te sirva de excusa. Queden en buena hora esas alhajas establecidas por la piedad y trabaja con más brío.

LORENZO.- Ayúdame; mete esotro pico por allí y haz fuerza conmigo.

TEDIATO.- ¿Así?

LORENZO.- Sí, de este modo. Ya va en buen estado.

TEDIATO.- ¿Quién me diría dos meses ha que me había de ver en este oficio? Pasáronse más aprisa que el sueño, dejándome tormento al despertar, desapareciéronse como humo que deja las llamas abajo y se pierde en el aire. ¿Qué haces, Lorenzo?

LORENZO.- ¡Qué olor! ¡Qué peste sale de la tumba! No puedo más.

TEDIATO.- No me dejes; no me dejes, amigo. Yo solo no soy capaz de mantener esta piedra.

LORENZO.- La abertura que forma ya da lugar para que salgan esos gusanos que se ven con la luz de mi farol.

TEDIATO.- ¡Ay, qué veo! Todo mi pie derecho está cubierto de ellos. ¡Cuánta miseria me anuncian! En éstos, ¡ay!, ¡en éstos se ha convertido tu carne! ¡De tus hermosos ojos se han engendrado estos vivientes asquerosos! ¡Tu pelo, que en lo fuerte de mi pasión llamé mil veces no sólo más rubio, sino más precioso que el oro, ha producido esta podre! ¡Tus blancas manos, tus labios amorosos se han vuelto materia y corrupción! ¡En qué estado estarán las tristes reliquias de tu cadáver! ¡A qué sentido no ofenderá la misma que fue el hechizo de todos ellos!

LORENZO.- Vuelvo a ayudarte, pero me vuelca ese vapor... Ahora empieza. Más, más, más; ¿qué lloras? No pueden ser sino lágrimas tuyas las gotas que me caen en las manos... ¡Sollozas! ¡No hablas! Respóndeme.

TEDIATO.- ¡Ay! ¡Ay!

LORENZO.- ¿Qué tienes? ¿Te desmayas?

TEDIATO.- No, Lorenzo.

LORENZO.- Pues habla. Ahora caigo en quién es la persona que se enterró aquí... ¿Eras pariente suyo? No dejes de trabajar por eso. La losa está casi vencida, y por poco que ayudes, la volcaremos, según vemos. Ahora, ahora, ¡ay!

TEDIATO.- Las fuerzas me faltan.

LORENZO.- Perdimos lo adelantado.

TEDIATO.- Ha vuelto a caer.

LORENZO.- Y el sol va saliendo, de modo que estamos en peligro de que vayan viniendo las gentes y nos vean.

TEDIATO.- Ya han saludado al Criador algunas campanas de los vecinos templos en el toque matutino. Sin duda lo habrán ya ejecutado los pájaros en los árboles con música más natural y más inocente y, por tanto, más digna. En fin, ya se habrá desvanecido la noche. Sólo mi corazón aún permanece cubierto de densas y espantosas tinieblas. Para mí nunca sale el sol. Las horas todas se pasan en igual oscuridad para mí. Cuantos objetos veo en lo que llaman día, son a mi vista fantasmas, visiones y sombras cuando menos...; algunos son furias infernales.

Razón tienes. Podrán sorprendernos. Esconde ese pico y ese azadón. No me faltes mañana a la misma hora y en el propio puesto. Tendrás menos miedo, menos tiempo se perderá. Vete, te voy siguiendo.

Objeto antiguo de mis delicias... ¡Hoy objeto de horror para cuantos te vean! Montón de huesos asquerosos... ¡En otros tiempos conjunto de gracias! ¡Oh tú, ahora imagen de lo que yo seré en breve! Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos ceniza en medio de las de la casa.


Pepe Sánchez
En Quanta nos interesa la diversidad crítica. Por eso publicamos diferentes reseñas del mismo libro, persiguiendo un sano multiperspectivismo.

Desgracia, de J.M. Coetzee

Esta ha sido otra de las lecturas que hemos realizado entre varios blogueros, de las que surgen en Twitter por el simple hecho de hablar de libros entre nosotros.
La verdad es que repasando mis lecturas de este año, descubrí que no había reseñado en el blog nada de Coetzee todavía. He leído (con esta) solo 4 obras suyas, pero si la cosa no cambia, leeré muchas más, porque es un autor de esos que te calan hondo, y acabas volviendo a ellos cada cierto tiempo como si quedases con un antiguo amigo.
Desgracia es una novela extraña, tiene un "pero" enorme, y es que no es adictiva y no engancha. No engancha hasta muy avanzado el libro, con el consiguiente peligro que esto supone: que nos cansemos y abandonemos el libro. Por lo que es un fallo que considero terrible en cualquier autor. No puedes permitirte el lujo de aburrir a tus lectores, o de que te lean por la simple insistencia de querer acabar el libro.
Gracias a mi tozudez y a que odio abandonar libros, he descubierto una gran novela, pero como conclusión. Ha tenido partes que se me han hecho cuesta arriba, que no entendías a dónde quería llegar la narración, y es una lástima, porque una vez acabado el libro descubres que has leído una novela redonda y completa.
Si habéis leído alguna vez a Coetzee, sabréis que tiene temas recurrentes que siempre utiliza: la casualidad, el uso de narraciones o libros dentro de la novela, el hundimiento moral de sus protagonistas... Bueno, pues para empezar la novela nos da un bofetón tremendo con el nombre del protagonista: Marco Fogg, unión de Marco Polo y Willy Fogg, lo que ya nos da pie a que pensemos que se trata de un protagonista que de un modo u otro va a viajar. ¿Casualidad? No lo creo.
Fogg, a tenido una vida complicada en cuanto a la familia se refiere: nunca tuvo padre, su madre muere joven atropellada por un autobús, y se queda solo con su tío Víctor, el hermano de su madre, que será toda su familia hasta que también muere cuando Fogg tiene solo 18 años. Esto marcará su vida, sin raíces, sin rumbo, sin nada a qué anclarse para sobrevivir.
El desencadenante de todo lo que le ocurre es la muerte de su tío. De él heredará decenas de cajas con los libros de su tío, que utilizará como muebles en su piso de estudiante en Nueva York. A medida que los va leyendo los tendrá que vender para subsistir, y entrará en un bucle del que solo podrá salir gracias a la ayuda de sus amigos.
Este es solo el principio, pero no puedo contaros más, porque desvelaría una parte importante de la trama, y es una pena porque suceden decenas de cosas más, que tendréis que descubrir si os decidís a leer la novela.
La trama transcurre lenta, pero en mi caso al menos no me perdí ni un solo detalle, que es lo que puede sucederte cuando una novela no te engancha. Y es un factor muy importante para casar todas las piezas en el último tercio de la novela. Cuando crees que la historia no te lleva a ninguna parte, cuando crees que estás perdiendo en tiempo con esa historia, de repente Auster saca su barita mágica y hace que la novela se vuelva más austeriana que nunca, hasta el punto de dejarte con la boca abierta.
Finalmente piensas "¡qué novela tan buena!" o al menos es lo que me sucedió aún. Creo que a mis compañeros lectores no les gustó tanto como a mi (aún no he leído su reseña hasta escribir la mía). Pero como siempre digo, no todos los libros son para todos los lectores, y es bueno que en los blogs mostremos puntos de vista dispares, para que cada cual se quede con la opinión que más le guste.
Me alegro de haberos traído a Coetzee al blog y seguro que no será la última vez.

Trilogía de Nueva York, Paul Auster

Se trata de un libro breve en cuanto a extensión pero lleno de contenidos filosóficos expuestos a través de una trama que parece sencilla. Así que resulta muy difícil hacer un comentario sin mencionar ciertos aspectos del argumento.
En él se habla por igual de las relaciones paterno-filiales; de racismo; de machismo; del sentido de la vida; del orgullo; del sentido de la justicia...
Las relaciones de Lurie con su hija son problemáticas. Una tarde ocurrirá un hecho violento que los marcará a ambos. Lucy se cierra en banda y no quiere comentar con él sus sentimientos; Lurie por su parte se siente desconcertado por la reacción de su hija, que debería ser de venganza o al menos de justicia. Le dicen que “no puede entender” lo que le ha pasado a ella, por ser hombre. A raíz de ese suceso Lurie reflexiona sobre la naturaleza de los hombres y sus relaciones con las mujeres. Es curioso. En algunos tramos me ha recordado mucho al Houellebecq de “Las partículas elementales”. Tanto el uno como el otro parecen defender que el hombre (macho) es algo erróneo y que las mujeres estarían mucho mejor solas. Los hombres de ambos son seres dominados por su deseo. El deseo, ese el argumento que utilizará Lurie para defender su relación con la alumna. Sus compañeros le piden un acto hipócrita: no que se arrepienta, sino que diga públicamente que se arrepiente, y él no pasa por el aro.
Las costumbres en el campo son totalmente diferentes a lo que él conoce, también en lo tocante a las “leyes no escritas”. Hay un curioso y perturbador personaje llamado Petrus, intuyo que de raza negra, que incluso tiene dos mujeres y pretende tener una tercera. Es de una gran ambigüedad; logra poner de los nervios al lector. Lurie se enfrenta con usos que lo superan. En algunos momentos, casi no puede reprimir el deseo de acusar de inferiores a los negros, aunque se contiene: es civilizado. Además, se siente cansado y viejo a los 52 años, acabado sería la palabra apropiada. En esto también me ha recordado al autor francés mencionado anteriormente. Pasada cierta edad, el hombre es un “anciano” (así lo califican a él en las noticias cuando hacen alusión al hecho violento sucedido en la granja) que no puede aspirar a cuerpos jóvenes. De hecho, acaba cayendo en brazos de una mujer que incluso le desagrada físicamente. Lurie no gusta de las mujeres que no son atractivas, pero ya no está en condiciones de elegir. Su ex mujer pone el punto de sensatez en su vida, pero él no le hace caso. Después de su experiencia con la hija, que sufre las secuelas del acto violento, se evade de la realidad escribiendo una ópera sobre Byron y sus relaciones con una mujer llamada Teresa. Este aferrarse al arte tiene su contrapunto en la cruel realidad que tiene que vivir, en el trabajo tan triste que realiza en el pueblo, ayudando a una vecina a deshacerse de los perros de una perrera. La vida es algo sin sentido y así se demuestra cuando se niega a dar unos días más de existencia a un perro con el que se ha encariñado.
La prosa es sencilla y por momentos poética, sobre todo cuando describe la ópera sobre Byron. Se lee muy fácil. Lo que más me ha gustado son todas las ideas que plantea de manera muy plástica y visual. Pero me ha parecido que tiene un final un poco abrupto y que te deja con ganas de más información sobre lo que va a ocurrir con los personajes.
En resumen, un libro corto pero lleno de contenido, ideas y bien escrito, con personajes nada convencionales y cuyas vidas te importan.
Quanta es un grupo anónimo de crítica colectiva que se propone repensar la experiencia crítica desde una perspectiva científica.